Escucha a las piedras, incluso ellas tienen su grano de sabiduría. ¿Cuánta sabiduría tienes tú en cambio? Es un bien bastante escaso en los humanos, la única certeza que tienen es que van a morir.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Con la espalda mojada

Hoy voy a romper 2 reglas que me impuse cuando empecé a escribir en forma de columna hará algunos años: No mencionar nombres de amigos y no escribir de mis fracasos amorosos. Ya sabeís de que va esto, no entendería como agravio si dejaseís de leer ahora.
Todo empezo, porque no decirlo, con una nevada. Ante el temporal yo tenía una canción del último regalo de Sabina que le venía al pelo, y porque no decirlo, podía hacer que por fin se lanzara mi pálida dama.
Pero como dice la canción "las isobaras ven hielo en tus venas" y un poco después de que yo llegara sonriente con mi cuaderno de poesías con la letra de la mencionda canción se marchó como si nada, sin darse la vuelta, ni tan siquiera una beso en la mejilla. Que decir que me fui a callejear por mi lóbrego barrio.
Lo cierto es que "por la noche es probable que el viento sea variable, que me quieras...y luego te arrepientas" estuve chocándome adrede con todos los árboles que se cruzaban en mi camino, haciendo caer la nieve sobre mi cuaderno de poesías, mi armadura de Quechua, mi camiseta de 19 días y 500 noches y sobre mí. La gente fingia no verme cuando veía como me acercaba al árbol me chocaba, caía la nieve sobre mí y yo como si nada. Anduve asi durante 40 minutos y mi semblante no cambio hasta que ví la postal de Navidad que me había enviado Tom, que decir, me alegro el drama.
Volví calado a casa y como si de un ritual se tratara primero le quité la nieve al cuaderno de poesía, luego al abrigo, a Quechua, a los 19 días y en último lugar me quité esa nieve que tenía sobre mí. Me cayó en la espalda, "con la espalda mojada no hay nada peor que soñar". Comprendí el verso "algunas nieves dan calor cuando se van fundiendo entre el desierto y el diluvio" y me alegré de tener como amigo numantino a Tom. Le insulté a Cupido por darme tan funestas misivas y tratar tan mal a un cliente tan habitual como yo. Su respuesta fue dura, la última que me mandó a la mierda también llevaba paraguas. El contador de mi corazón se puso en cero y estoy seguro de que vendrán plagas y lunas de hiel a devastar mi piel. Resignado miré hacia abajo, la nieve se había derretido y ahora era una charco de agua. Al fin y al cabo, me dije, todas las muertes violentas dejan un charco.

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